América

Las nuevas gitanas

Se calcula que en Colombia el 70% de los niños gitanos nunca han pisado una escuela

Ana Dalila Gómez Báos

Por: Anna Viñas - Bogotá - 29/04/2011

Dalila vive en una contradicción. Se define ante todo como mujer gitana, amante de su pueblo y tradiciones, y por ello se viste como gitana, vive en colectivo como los gitanos y habla su idioma, el romanés. Pero justamente por amor a su 'kumpania', el nombre que recibe la comunidad en romanés, ha roto con la mayoría de arquetipos que constriñen la mujer gitana. Es ingeniera industrial, ha trabajado para la administración de Colombia, y el consejo de patriarcas de su comunidad, una institución vedada a las mujeres, no toma algunas decisiones sin antes consultarle a ella. “Yo siempre hago lo que me da la gana”, asegura. No es poco. Su objetivo: luchar por los derechos del pueblo rom.

Su camino hacia la rebelión empezó a los 18 años, cuando decidió que quería ir a la universidad. Contraviniendo los deseos de toda la familia, más preocupada en que se casara que en otra cosa, Dalila se licenció gracias al dinero que ganaba leyendo la buenaventura a sus compañeras de estudios. “Mi padre no quería que estudiara y me decía que si lo hacía me volvería gadye (paya), que en la universidad se aprendían cosas feas, como la drogadicción o la prostitución”. 

Como pocas mujeres gitanas han hecho en Colombia, Dalila no se casó a los 15 años, no se quedó embarazada y logró convertirse en ingeniera industrial especializada en gestión y planificación de desarrollo. Transitó por varias empresas, disfrazada de occidental por miedo a las discriminaciones, hasta llegar a la administración pública, donde empezó a trabajar por los derechos de su pueblo. Su empeñó se materializó en un decreto que  reconoce los gitanos como minoría étnica colombiana, presente en el país desde la época colonial, y en un censo. “Ahora ya somos una variable a tener en cuenta en los presupuestos, puesto que el pueblo gitano tenemos varios desafíos. Uno de ellos es implantar políticas de prevención en la salud, puesto que culturalmente los gitanos no previenen. Otro reto es la escolarización de los niños, que abandonan la escuela muy pronto porque sus patrones culturales no encajan con el sistema educativo homogeneizante de la sociedad occidental”. De hecho, se calcula que en Colombia el 70% de los niños gitanos nunca han pisado una escuela.

La mayoría de los problemas responden a choques culturales, y Dalila lo ha experimientado en su historia de vida. Durante sus primeros años de escuela recuerda haber sido una niña señalada por sus costumbres “extrañas” y su forma de vestir. “No hablaba bien el castellano y tenía un acento raro porque en mi familia siempre hablamos romanés. Además, mis compañeros no entendían por qué no tenía casa y vivía en una carpa”. Fue el blanco de las burlas, pero ella las aguntó porque quería formarse. Además, para encajar, tuvo que amoldarse a nuevos patrones de autoridad.  “Yo era muy rebelde porque no entendía que el profesor tuviera que mandarme. En la kumpania solo el patriarca tiene autoridad sobre los demás y los niños siempre somos muy libres.”

Y es que la libertad es uno de los valores más preciados por el pueblo gitano, que se declaran libertarios. No quieren amos ni patrones, no aceptan rutinas ni aferramientos, y tampoco se quieren esclavos del tiempo. “Nosotros vivimos en el presente, en el aquí y el ahora. No nos ocupamos del pasado, y eso en parte nos perjudica porque no reclamanos justicia. Nosotros no hemos rentabilizado el Holocausto como los judíos”. Tampoco se preocupan por el futuro, de ahí su desinterés por la prevención, o el ahorro. “Si hoy tenemos dinero nos lo gastamos y lo compartimos con los demás”, puesto que su concepción de vida es colectiva.

Desprendidos de la materia y los territorios, los gitanos son nómadas por concepción de vida, aunque hoy en día es un opción difícilmente realizable por causa de las fronteras, y en Colombia, por el conflicto armado. “Si bien la guerra genera el fenómeno del desplazamiento en muchas víctimas, nosotros sufrimos el del confinamiento. Nos sentimos secuestrados dentro de un territorio, y eso nos resta calidad de vida”.

Pese a ello, les queda la movilidad a nivel mental. Y eso es lo que da vida a Dalila. “Cuando trabajaba para la administración me ofrecieron una plaza fija pero la rechacé. Estar en plantilla no está hecho para mi”. Sin embargo, nunca le ha faltado empleo, y por ello es el soporte económico de su extensa familia, con 20 miembros. “Mi padre y mis hermanos no tienen una economía estable porque son orfebres y no venden mucho. Yo los sostengo a todos, y se sienten orgullosos de mí por mi labor”.

Sin embargo, antes era una mujer perseguida por los patriarcas de la comunidad, y estuvo en riesgo de ser excluida por su trabajo público en defensa de los intereses del pueblo gitano. “Me hicieron varios juicios para echarme porque me acusaban de reemplazar a los hombres. No aceptaban que yo tuviera liderazgo”.

Precisamente la falta de representatividad de las mujeres y su asusencia en los órganos de poder es para Dalila otro de los retos que debe afrontar el pueblo rom. “Nosotras tenemos que cambiar en ciertas cosas, por ejemplo nuestro acceso a la educación superior, para estar en una mejor situación”. Sin embargo, recalca que “eso no implica cambiar en nuestra manera de ser.”

Se refiere a los linajes patriliniales que organizan al grupo, y a la diferenciación entre hombres y mujeres, en la que según dice “ellos cuidan de ellas”. Para Dalila eso no es machismo. “Los gitanos han aprendido a ser machistas de la sociedad occidental, no de nuestra cultura”, asegura. “Yo veo el machismo como una cuestión del capitalismo, en la que los hombres quieren poseer a las mujeres, pero para las gitanos no es una cuestión de posesión, sinó de respeto.”

Dalila trata de preservar la esencia gitana amoldándola a los nuevos tiempos, y empezó el experimento con su propia vida. Cambió su destino como mujer gitana estudiando, planificando e invirtiendo en su futuro para ser autónoma, y ha llegado a ser escuchada por los órganos de poder de su kumpania. Dalila ha roto los esquemas del pueblo gitano con el fin de conservarlos. En sí parece una contradicción, pero la vida está llena de ellas.

Fuente: El Mundo.es

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